Reflexión sobre el Autoteatro y The Quiet Volume


  1. -por La Otra Parte (Buenos Aires), November 2010


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El término “teatro participativo” con frecuencia producirá un escalofrío de angustia. Después de todo, pocas veces tomar riesgos trae su recompensa. Es posible que el miedo de ser arrojado a un escenario rodeado de actores sonriendo con suspicacia actualmente pertenezca a la esfera de la pesadilla colectiva. A mí, definitivamente, no me gusta. Por eso, en cierto punto, debería indagar por qué mi obra parece estar enteramente direccionada a una audiencia que representa la pieza ella misma.


El “Autoteatro” por ahora funciona con participantes que siguen una serie de instrucciones, frecuentemente a través de auriculares, que los dirige hacia una alternancia entre el rol de actor y el de espectador. En Etiquette, el primer show de estas características creado junto a Silvia Mercurial como Rotazaza en el 2007, el punto de partida fue la conversación. Nos dimos cuenta que cuando una pareja se junta en un café, siempre hay uno que habla y otro que escucha –actor y espectador- bajo el pacto implícito de que ambos roles se intercambien regularmente. Cuando queremos sonar como ingenieros, hablamos de “mecanismos para la auto-generación de actuación.”


El hecho de estar solo es, casi con certeza, lo que le permite a este tipo de teatro escapar de la controvertida noción de audiencia anteriormente mencionada. Están solos el uno con el otro, y son los únicos que saben que lo que está ocurriendo es una puesta en escena. Sin embargo están en un lugar público, rodeados de personas que no son conscientes de lo que efectivamente está ocurriendo. Como siempre, el roce entre la esfera privada y pública genera una cierta emoción.

Durante muchos años estuve enamorado de la extraña cualidad de la actuación que deriva de lo ¨no ensayado”, y por defecto, también de los actores no profesionales (¡ los actores profesionales ensayan!) aceptando ser mirados, aceptando probar, invertir y asumir un riesgo propio en una situación de actuación. Autoteatro propone un riesgo compartido sin que haya una persona mirando, exceptuando a esa extraña “audiencia” que mantenemos detrás de nuestros ojos, esa imaginaria cantidad de personas contra las que se mide nuestra subjetividad.


Otra obsesión mía es la factibilidad. Tal vez sea perezoso, pero siempre me dieron envida los músicos electrónicos que pueden trabajar en cualquier parte con una portátil, y así producir productos sin peso y escalables: luego se acercan con un CD y te dicen “acá está mi trabajo”. Como realizadores de teatro logramos acostumbrarnos a procesos largos, pesados y caros, y con un producto final que desaparece en el momento en que nuestros cuerpos dejan de estar comprometidos.


Los escritores, por supuesto, también evitan este problema. Pueden trabajar prácticamente desde cualquier lugar y su obra tiende a permanecer... “Scripta manent”. Es así que por un tiempo pensé que un libro podía ser un buen espacio para explorar el dispositivo de Autoteatro. Luego, dos años después, leí lo siguiente en el blog de Tim, lo que provocó la propuesta de colaborar en The Quiet Volume:


(...) Estuve explorando por un tiempo la manera en que el texto siempre invoca (escenifica) la presencia, y la manera en que su progresión por y sobre las páginas (o paralelamente) es un tipo de proceso performativo temporal. La página, por lo menos para mí, tiene algo que puede ser considerado como un ahora dramatúrgico – un momento en el proceso de la narración o del argumento. Un momento, o un conjunto de momentos en los que la presencia del lector/espectador y escritor o sujeto escénico se encuentran entre sí, en diferentes realidades pero unidos a través del espacio y tiempo. Este ahora de la página es lo que me tiene aferrado, el momento presente; éste es uno, aquí sumado a esta disposición de signos/código, tinta/píxeles, letras y palabras. 

       

                                                                - Tim Etchells


Entonces, tal vez un libro puede ser pensado como el teatro portátil final o un espacio para eventos; una versión comprimida del teatro de la “Caja Negra” o de la galería “Cubo Blanco”, aplanado en cuadrados blancos y líneas negras. Pensado de este modo, el Autoteatro se asemeja a una vieja práctica. El fenómeno de leer, después de todo, implica el mismo equilibrio de participación y sorpresa, de estar en control y bajo control. Como lectores, los participantes del Autoteatro, ingresamos a ese mundo plano y posibilitamos la extraña danza triangulada entre el dedo, el ojo y la imaginación. La velocidad morosa de un dedo corriendo por la línea del texto logra doblegar al tiempo: retardándolo, duplicándolo, extendiéndolo.

Es un extraño modo de la magia, un proceso único parecido a transportar. De esta manera, de un modo funcional,  se puede pensar a las bibliotecas como espacios similares a los aeropuertos, o estaciones de trenes. Nadie viene a una biblioteca para quedarse. Como parte de un festival interesado en los espacios genéricos de la ciudad, y con la idea de obra que responde a su función, me parece bien que The Quiet Volume se comporte de manera tal que no se pueda decidir si se escenifica en la biblioteca misma o entre las páginas de los múltiples libros que nuestra audiencia elige y lee.


- Ant Hampton, 01.10.2010

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